"El Infierno es vivir cada día sin saber la razón de tu existencia." - Sin City

martes, 31 de julio de 2012

Miguel Comprendió


Miguel nunca fue un gran creyente. Y con el tiempo se convirtió en ateo. A medida pasaban los años, empezó a criticar las ideologías y creencias de aquellos que no compartían su misma mentalidad. Hasta que un día se vio involucrado en una fiesta de navidad. No era de su agrado, pero era un compromiso importante. Su mejor amigo, Manuel, lo había invitado, y Miguel no tenía nada más importante que hacer. Como todos los años, pensaba pasarse la víspera durmiendo, sin más plan, sin darle ni un toque especial a esa velada. Para él era un día mas como cualquier otro. Pero esta vez era diferente, y no lo supo hasta último momento. Miguel se limitaba a comer y ser cordial. No quería ser grosero con su amigo y sus allegados. Y cada vez que podía meter uno de sus bocados de ateo ácido y arrogante, se los guardaba. Y no fue fácil, gran parte de la familia de Manuel eran fanáticos religiosos, o religiosos fanáticos. Miguel no sabia que parte pesaba más. Eran de esa gente que asiste a misa cada domingo y no falta para las fechas especiales como esta. Miguel escuchaba y recopilaba comentarios sin destino en su garganta. Cuando bendecían la mesa. Cuando comentaban de la última procesión. Cuando agradecían a “Dios” por esa persona curada en un hospital profesional de alta calidad. Y Miguel guardaba cada vez más comentarios. Y ya no tenía lugar para guardarlos. Manuel lo salvo del ridículo, una de esas tías abuelas se había acercado a el para hablarle de su vida y de cuantas veces Jesús apareció en forma de señales para ayudarla. Manuel pidió por el brindis antes de la medianoche. Los primeros fuegos artificiales iluminaban el cielo desde la ventana. Todos salieron afuera a ver el espectáculo. En la calle, uno de los vecinos había gastado gran parte de su sueldo en una artillería de fuegos artificiales instalados en el medio de esta, que iluminarían toda la noche. Miguel pensaba en el bolsillo de ese “pobre diablo” que sufriría mas adelante las consecuencias de esa compra capitalista disfrazada de religión. A pesar de las advertencias, Miguel se quedo demasiado cerca de los fuegos artificiales mientras los familiares se reunían para el brindis final que daría inicio a la noche buena. El vecino no lo vio. Los fuegos artificiales estaban por iniciar su recorrido festivo. Cuando alguien le advirtió del peligro, Miguel cansado ya de guardarse su ser, comento “que dios me cuide, si es tan poderoso”. Miguel se distrajo con uno de los fuegos artificiales, un gran espectáculo, capaz el más caro del set. Mal posicionado entre los demás, este espectáculo expansivo, al salir disparado, desequilibro un cañón de 3 tiros. Nadie vio eso. Ni Miguel. Ni el vecino. Ni la familia de Manuel. Nadie salvo Manuel, que reacciono justo a tiempo. Miguel vio como alguien se le arrojo encima y como una triada de fuegos artificiales le pasaban cerca. Miguel comprendió. Que Manuel le acababa de salvar la vida. Que las advertencias no fueron en vano. Que los fuegos artificiales no llegaron a herir a nadie más. Que en su mejor amigo, que se había volteado para desearle felicidades, había encontrado una pequeña gran salvación. Miguel entendió, que no importa como lo llamen, algo hizo que su amigo estuviera atento en el momento justo, ni antes ni después. Miguel vio a todo ese grupo de desconocidos que se acercaba preocupados por el. A ese vecino que había pasado de haber gastado una fortuna por una felicidad momentánea a tener una angustia que de haber pasado algo no se borraría jamás. Miguel veía y entendía, que no estamos solos. Para el, capaz no había un dios, pero había personas que actuaban por el. Miguel se levanto, tranquilizo a su amigo, los parientes y al angustiado vecino. Ayudo a acomodar los demás fuegos artificiales con el vecino. Vigilo que nadie corriera peligro y los encendió. Brindo con los allegados de Manuel. Abrazo fervientemente a su amigo. Charlo largo y tendido con la tía abuela sobre la vida y todas las cosas que vio y vivió. Contó a los niños algunas fábulas que conocía. Y ayudo al tío disfrazado de Papa Noel a repartir los regalos sin revelar la identidad del pariente oculto.

lunes, 30 de julio de 2012

Triste Sentir


"Linda casa" piensa. "Tengo una hermosa familia" se dice. "Acá no me falta el trabajo" pronuncia seguido para si mismo. "Hay amigos de fierro" reflexiona. Pero no lo entiende. No sabe porque. El pecho le quema. Cada vez más seguido. Y mas, cuando sin querer, mira el horizonte. No entiende porque, los ojos le brillan y se le humedecen. Porque en medio de una noche de fiesta, su memoria le trae un atardecer. Viejas caras que hace años ya no ve. Por lo menos no cara a cara. Se siente solo rodeado de gente. Sin hogar en su propia casa. Se siente inútil en su trabajo. Y hasta a veces, huérfano. Y no lo entiende. O no lo quiere entender. Porque una idea da vueltas en su cabeza. Sabe que es la verdad. Pero la niega. No es correcto. No esta bien. Por algo tomo esa decisión. Y en su momento, fue difícil hacerlo. Y hoy no puede echarse atrás. Hoy no quiere echarse atrás. Tantos años... seria imprudente. Tanto tiempo invertido. Arrojado a un tacho de basura. ¿Porque? ¿Por un mero sentimiento que lo invade, día y noche, y no lo deja dormir? No. no puede hacerlo. ¿Y que hay de su familia? no puede arrancarla así porque si. Cambiar todo de la noche a la mañana por un capricho irracional. Pero ese sentimiento triste y melancólico crece y crece, y la idea entra en sus sueños, y en sus pesadillas. ¿Que hacer? ¿Lo que esta bien o lo que siente? Porque, después de tantos años, eso seria, todo un cambio. Siempre hizo lo correcto. Siempre pensó fríamente cada paso. Siempre estuvo bien. No siempre se sintió bien. Y mucho menos ese día. Ese día que tanto dolor le dio. Que tanto dolor le remueve hoy. Dolor que creyó tapar. Pensó que el amor lo curaría. No fue así, ni por el amor a su pareja, que tanto la ama. Ni por el de sus hijos, por los que se desvive. Porque este sentimiento melancólico le quema el pecho como cuando declaro su amor. Como cuando sostuvo a sus recién nacidos en sus brazos. Lleva días mirando esa ventana. Y no es la ventana lo que mira. Ni el paisaje. Mira más allá. A donde ese sentimiento lo lleva. Hasta su tierra patria, más allá del mar y el océano. A ese país que un día no le dio más opción que dejarlo ir. De abandonar esos lugares plagados de memorias hermosas. Recuerdos tanto buenos como malos. Y hoy, décadas después, lo lleva hasta allí. Preguntándose ¿Como estará todo? y no se pregunta por la situación del país, por lo que puede ver en las noticias, sino por esas cosas que solo uno sabe. Que no salen en los diarios. ¿Como salio la hija del vecino en el acto escolar? ¿Hay juegos nuevos en la placita? ¿Sigue habiendo un picadito los viernes? ¿Aprendió el hijo del gordo a hacer un buen asado? esa parejita de la que tanto se rumoreaba ¿Están juntos hoy? y entre tantos recuerdos, viejas caras le vienen a la memoria. Viejas risas y sonrisas que hace tiempo no extrañaba. Y se pregunta por los que supone ya no están. Y se pregunta cuantas nuevas caras habrá. Y ya no puede más. No soporta más. No hay nada que hacerle. Extraña su país. Cada detalle. Esa calle que tenia que esquivar por los baches. El almacenero que tenía cada una de las noticias del barrio. En el vecino que siempre tenía esa buena predisposición para dar una mano y de paso charlar. El sol asoma por esa ventana. Un sol que no es suyo. Que no le pertenece. Que nunca lo abrazo como ese sol que lo vio nacer y crecer ensuciándose en las calles. Y mira su pareja, hija de este sol que lo mira desde la ventana. Y piensa en todo lo correcto que hizo. En sus hijos, más allá de ese hogar que intento tratarlo como tal, que tienen sus propios techos. Y mientras el la mira, ella despierta y lo ve. Ve en sus ojos, eso que viene viendo hace varios meses. Y comprende que el no puede esconderlo mas. Aunque lo intenta, deja de mirar a ese sol adoptivo, se limpia los ojos y fuerza una sonrisa para ella. Ella sonríe y desliza su mano hasta el cajón de su mesa de luz. El no deja de mirarla. No deja de pensar en esas tierras que lo extrañan y lo llaman con el sentimiento. Ella pone entre ellos un par de boletos de avión con destino a esa patria maternal. El sonríe con la boca y con los ojos. El pecho le quema, pero ya no es el mismo fuego. Este fuego se siente mejor. Y empieza a preguntarse por esos detalles que el solo sabe ¿A quien vera? ¿Quien lo reconocerá? ¿Que se pondrá?

viernes, 27 de julio de 2012

Seres Sin Ser


Corre. Corre. Corre para que no lo puedan alcanzar. Corre el joven. Corre perseguido por una multitud de seres robóticos. Seres similares a muñecos para dibujo. Seres sin rasgos. Sin detalles. Sin marcas. Seres y ya. Seres que persiguen a un joven. Un joven que tiene todo eso que ellos no. Joven que corre por las calles con todas sus fuerzas. Mientras otros seres lo ven pasar, se aterran y lo señalan con un gesto acusador. Pero el joven corre. Y los seres corren más. Hasta alcanzarlo. Hasta agarrarle el brazo desnudo. Y tiran. Y el joven también. Y se desgarra. Y no es su ropa. Ni su piel. Es su ser lo que se desgarra. Y por debajo de el, se deja ver, un brazo como los de cualquier otro ser. Y eso lo aterra. Grita. Golpea. Patea. Y corre aun con más fuerzas. Delante suyo, otro ser, le agarra el rostro con violenta fuerza. Con violencia le marca sus cinco dedos sin uñas. Ni carne. Ni huesos. Ni piel. Cinco marcas que se guardan en el rostro del joven. Cinco marcas que vuelven a desgarrar su ser. Que vuelven a vislumbrar un interior vacío y sin marcas. Un cabezazo furioso toma venganza. Y corre. Más seres le impiden el paso. Seres de un color azul autoritario. Sin mas marcas que una macana en su mano cada uno. Macanas usadas para dejar más marcas en el joven. Marcas que no contienen el mismo valor que las que ya traía. Las marcas por lo que lo perseguían. Y ya no corre. Se cubre el cuerpo en el suelo. Se cubre de las marcas. Del dolor. Se cubre de la realidad. Despierta en una celda. Seres grises lo miran sin ojos y con maldad desde detrás de la reja. Sonríen maliciosamente, sin boca y sin dientes. La reja se abre. El joven, o lo que va quedando de él, retrocede hasta la pared mas alejada. Se defiende, o lo intenta. Pero son muchos. Son más. Lo toman por extremidades, rostro y cuerpo. Y lo desgarran. Hasta no dejarle nada. Hasta dejarlo como ellos. Sin rostro. Sin rasgos. Sin marcas. Solo un cuerpo básico de un gris tenue, apagado. Se retiran. Sin más. Sin una mirada de reojo. Sin un ápice de arrepentimiento. Solo se retiran. Y el joven, o lo que hasta hace poco lo era, se sienta, en una cama de piedra. Se toma las rodillas y hunde su cabeza. Un par de seres azules se acercan a él. Lo escoltan hasta la puerta del establecimiento. Lo dejan ahí. Vuelven a entrar. El ahora ser gris camina cabizbajo. Sin destino. Sin rumbo. Sin apuro. Solo camina. Algo lo golpea y lo arroja al piso. Sentado en el suelo, se encuentra con un joven fatigado, arrodillado y con las manos apoyadas en el suelo, frente a él. El joven lo mira aterrado. Se levanta y corre. Una multitud de seres robóticos corre detrás del joven. Sin prestarle atención al ser sentado en el suelo. Ser que se levanta y sigue caminando. Sin destino. Sin rumbo. Sin apuro. Sin ser.

jueves, 26 de julio de 2012

El Niño


Triste y cansado llegaba a mi casa. Sin más ánimos. Sin más fuerzas. Casi arrastrando los pies. Mis parpados cayeron. Volví a abrirlos, o eso creí. Me encontré en la nada puramente blanca. Sin arribas, sin abajas ni costados. Y frente a mi, un niño de apariencia familiar. Con un Cazafantasmas en su mano derecha. Una Tortuga Ninja en la izquierda. El pelo largo, casi como un "corte taza". Un buzo estampado con una imagen de Aladdin de Disney. Sabia sin mirar que, bajo ese estampado, figuraba su nombre. Pero no me atreví a mirar. Yo no sabia a donde ir. O si existía ahí un "a donde" ir. Vislumbre un cuello de camisa bajo el buzo. Pantalones de vestir y zapatillas. Mientras más lo observaba, mas familiar y extraño me era. Y más aterrador. Levanto su brazo derecho. Y con el muñeco me señalo directo a la cara. Me miro directo a los ojos. Me perdí. En su tristeza. En mi tristeza. Y llore. "¿Que pasó?" susurro. Seque mis lágrimas con mis puños. Me arrodille ante el. Y le dije: "Te vas a enamorar mil veces. Vas a sufrir un millón. Vas a enfrentar el miedo como un caballero enfrenta a un dragón. Vas a caer como la lluvia en la peor tormenta. Te van a mentir. Te van a usar. Te vas a sentir solo. Único y solitario. Vas a conocer demasiada gente. Vas a perder a la mayoría. Vas a ver tambalear tus sueños y esperanzas. Y vas a sentir que lo que haces es en vano". El niño se sentó y lloro. Como un hombre que pierde a su amada. Y luego de un rato. Se seco las lágrimas con los puños. Me miro con ojos tristes y suplicantes. Y pregunto: "¿Pero vas a seguir siendo yo?". Lo mire fijamente a los ojos. Le tome los brazos firmemente. Y dije: "Hasta el día en que muera. Me enamorare mil veces más. Hasta encontrar el verdadero amor. Me enfrentare al miedo como un caballero enfrenta a un dragón. Me levantare como el arcó iris después de la peor tormenta. Voy a esquivar las mentiras y la falsedad. Voy a buscar amigos. Y seré único pero acompañado. Voy a conocer a mucha más gente, para que algunos se queden a mi lado. Voy a reafirmar mis sueños y esperanzas. Y voy a seguir haciendo lo que tenga que hacer, aun cuando dude". El niño sonrió. Lo ayude a levantarse. Saque un chocolate del bolsillo y se lo ofrecí. Volvió a sonreírme y se fue detrás de mí. Lo vi alejarse. Y al volverme, ya no estaba en esa nada puramente blanca. De nuevo donde comencé, Saque un chocolate del bolsillo, lo comí y sonreí. Sabia que bajo ese estampado, en el buzo figuraba mi nombre.

miércoles, 25 de julio de 2012

Sueños Aplastados


Es la historia sin final. Les aplastan los sueños. Les matan el niño interior y los convierten en entes. Crece un vacío en ellos que solo llenan con odio y rencor. Y luego se acercan a vos e intentan hacerte lo mismo. Porque es lo único que los puede hacer sentir mejor, saber que no son los únicos que murieron por dentro. Que ellos también pueden matar otras almas, drenar otros corazones. Solo quieren verte rendir, no les importa quien sos, ni cual es tu sueño. No funciona para ellos, no en esta sociedad. Los que lo lograron son gente lejana que nunca vas a alcanzar.
 
“Rendite, rendite, no lo vas a lograr, sentate con nosotros a mirar, como el mundo pasa y la vida se nos va.”
 
“Rendite, no sufras, así la vida es mejor. Los sueños son mentiras de películas berretas, ilusiones para los locos y los débiles.”
 
“Rendite, rendite, no sufras mas, sentate acá, vestite así, casate con aquel, compra aquello, endeudate con esto.”
 
“Rendite, rendite, no luches mas, que de acá abajo no vas a saltar.”
 
Te oprimen, te aprietan, no te van a dejar. Te atan sin sogas, te callan sin mordaza y de a poco te morís sin entrar en el cajón. No en uno físico. Solo tu cuerpo te retiene, como una cárcel, que guarda un alma sin sentido, y un sueño perdido. Y cuando la parca venga, te mirara a los ojos y decepcionada dirá: "otro mas que no me pudo esperar, otro mas que no supo pelear".

martes, 24 de julio de 2012

El Camino B


La oficina es grande. El jefe esta sentado frente a su gran escritorio. De rostro serio. Frente a él, una columna de empleados jóvenes de traje aguardan temerosos. El jefe levanta la vista hacia uno de ellos. El joven se adelanta, como arrepentido. El jefe le hace seña de que tome asiento El joven obedece. Se miran a los ojos, uno con miedo, el otro con seriedad. Los demás empleados aguardan en silencio.

Jefe: Entonces, ¿No lo detuvieron?
Empleado: No pudimos.
Jefe: ¿Acaso no le mostró el otro camino?
Empleado: Si. Pero no estaba convencido de tomarlo.
Jefe: A ver. Tranquilícese y cuéntemelo todo. Porque todavía no me lo creo.
Empleado: Yo tampoco.

El empleado se acomoda en la silla. Endereza la postura. Toma aire. Lo suelta. Vuelve a tomar aire. Comienza.

Empleado: El cliente llego, como cualquier otro. Y me dispuse a asistirlo, como a cualquier otro. Le enseñe el camino, le hable de los beneficios. De la seguridad, la igualdad, la tranquilidad y todas esas cosas con las que, disculpe que lo diga así, “pican”. Ya casi tenía la venta cerrada. Lo guiaba a mi oficina para darle su número de serie. Y entonces fue que la vio. (Se toma la cabeza con la mano derecha) No se como lo hizo. En realidad, todavía me pregunto ¿como es que tan pocos la ven?, y ¿como es que esos pocos la ven? Pero no importa. La vio. Se quedo ahí, mirándola, un rato. Un largo rato. Yo seguía buscando y acomodando los papeles para efectuar el trámite. No me había percatado de que ya no me prestaba atención. Menos aun iba a sospechar que había visto la puerta. Entonces me di vuelta y lo vi. Tengo mis propios artilugios preparados. Además de los que nos enseñan en la capacitación. Y siempre me ayudaron a encarrilar a los clientes por el camino más conveniente. Me acerque al cliente y comencé a hablar con el:

En una sala grande, un joven de remera y pantalones blancos, esta atontado mirando hacia una pequeña puerta en la pared. El empleado, detrás de su escritorio (que se encuentra a la izquierda del joven), deja una pila de papeles, una camisa blanca y un pantalón de vestir planchados, sobre su escritorio y se acerca al joven. Lo toma del hombro derecho, como abrazándolo con su propio brazo derecho.

Empleado: Veo que ha notado aquella puerta.
Cliente: Si. ¿Qué es?
Empleado: Venga que le muestro.

“Lo lleve frente a ella y la abrí ante sus ojos. No muchos están preparados para ver lo que hay detrás.”

Ante la puerta abierta, un pequeño camino de piedra rodeado por un precipicio a cada lado se estira hasta el horizonte, apenas menos ancho que la puerta. El camino tiene grandes empinadas y vertiginosas bajadas. Alrededor todo es oscuro.

Empleado: ¿Ve?
Cliente: Es otro camino.
Empleado: Si. Una alternativa, podría decirse.
Cliente: ¿Y por que no me lo mostró?
Empleado: Mire, le voy a ser sincero. Este es un camino difícil. Tiene altibajos. Es irregular. Tiene pozos terribles, y cumbres casi inescalables. No tiene ninguna seguridad. De ningún tipo. La compañía que le espera es poca. Prácticamente iría solo. Y como ve, mas allá de ese gran salto que hay mas adelante, la oscuridad que hay a su alrededor lo hará ir casi a tientas. Obviamente, si elige este camino, le vamos a dar una pequeña antorcha, que solo usted va a poder encender. No le garantizo que ande. Ni que llegue al final del camino. Puede que otros le iluminen el camino, puede que no. Tiene bifurcaciones. Y no tiene indicaciones. Va a contramano del camino que le enseñe anteriormente. Pero corre casi a la par. Y con respecto a este tema, hay otro inconveniente más. Va a escuchar las risas, carcajadas, gritos y murmullos de los demás, pero ellos difícilmente lo escuchen. Así que no podrá acallarlos. Salvo que grite lo suficientemente fuerte. Y cuando digo fuerte, es fuerte. Donde ambos caminos se acercan lo suficiente, sentirá golpes y tirones. También se dice que este camino esta embrujado, que evoca los fantasmas del pasado, las dudas, la melancolía y, hasta a veces, el de la locura. Puede que no haya indicaciones en las bifurcaciones, pero las señales dispersas por el resto del camino son confusas y se contradicen.

El joven queda pensativo. El empleado lo hace girar y quedar de espaldas a la puerta.

Empleado: ¿Lo ve? Este camino engaña, por eso no lo ofrecemos. Nos interesa su seguridad.
Cliente: ¿Y que hay al final?
Empleado: Nadie lo sabe.
Cliente: Entonces, ¿Qué era esa luz al final?
Empleado: ¿Cuál luz?

El joven se da vuelta, y señala hacia el final del camino, donde se encuentra con el horizonte. El empleado voltea con el. Parece empezar a ponerse nervioso.

Cliente: Esa que esta allá, al final del camino. ¿No la ve?

El empleado inspecciona con la mirada, intentando encontrar aquello que le señala el joven. Luego de un pobre intento, se dirige al joven y vuelve a ponerlo de espaldas a la puerta.

Empleado: No. ¿Ve? Le dije que el camino era engañoso. Venga por acá que concluimos el trámite y ya puede ser uno más del camino seguro.

El jefe mira al empleado que le explica todo con calma, pero hay un ápice de intranquilidad en su cuerpo.

Empleado: Me siguió hasta mi escritorio. Llenamos los formularios, pero no dejaba de mirar la bendita puerta a cada rato. La maquina ya había generado su numero de serie a través del sistema. Faltaba la firma. Ya tenía la birome apoyada en el formulario. Ya casi lo tenía. Se detuvo un segundo. ¡Y LO MATO LA PUTA CURIOSIDAD! (golpea fuertemente con ambos puños el escritorio de su jefe, sacudiendo todo su cuerpo de la fuerza)

Todos en la oficina se sobresaltan. Nadie esperaba semejante reacción. El empleado toma consciencia, vuelve a tomar aire, se acomoda el pelo y sigue.

Empleado: Perdón. Perdón. Salio corriendo. Nos tomo a todos desprevenidos. Ninguno pudo alcanzarlo. No pudimos detenerlo. Tomó la antorcha y cruzo la puerta. Y bueno. Ya sabe. No podemos atravesar el umbral.

El jefe lo mira pensativo y luego de un momento suelta un suspiro.

Jefe: Entiendo. Vayan. No hay nada que pueda hacerse. El del arte es un camino de ida.

lunes, 23 de julio de 2012

Vuelo


Yo andaba distraído. Mirando el cielo, celeste y resplandeciente. Despejado como nunca lo había visto. No suelo mirarlo, no me llama mucho la atención. Prefiero ver por donde camino. Pero no estaba caminando y no tenía otra cosa que hacer. Y, la verdad, era lo mejor que podía ver. A mi alrededor solo había desconocidos yendo y viniendo. Entonces la vi. Bah, solo su rostro en la distancia. Por unos segundos pareció acercarse. Pero se que no pudo ser así. Seguro lo sentí. Al igual que sentí como todo se detuvo ante mi. La gente, los sonidos. Ni una mosca voló. Incluso mi respiración me traiciono. Al verla, lo supe. No sabía nada de ella. Pero lo supe. Lo imagine. Mi futuro con ella. Nuestra casa. Nuestros hijos. Todo lo vi. La felicidad eterna. Las tristezas pasajeras. Caminatas de la mano, en una plaza, siendo ancianos. Las cenas románticas. La rutina incansable. Los conocidos. Los desconocidos. Todo lo vi. No tuve dudas. Era ella, mi futuro. Era yo, el suyo. Éramos quien la vida hizo para hacernos feliz. El uno para el otro. El otro para el uno. Me sentí lleno de valor. Lleno de amor. Mas que nunca en mi vida. Estaba más seguro de lo que sentía que de que estaba vivo. A pesar de que me sentí en ese momento, más vivo que nunca. No pude hacer nada. Era cómico y, al mismo tiempo, trágico. Porque la vi. Pero ella no me vio a mí. Porque aunque yo miraba el cielo distraído y la vi. Ella se cruzo en mi vista. Pero yo no me cruce en la suya. De eso estoy seguro. Porque la vi sentada, desde la ventana de su avión, mientras yo esperaba que saliera mi vuelo, desde el ventanal del aeropuerto.

domingo, 22 de julio de 2012

Apariencias


Caminando por la calle, me cruzo con una rubia hermosa con la que conecto mirada. Entra en un local. La sigo. Me acerco a ella y le digo algunos piropos relacionados con su belleza angelical. Sonríe, pero sigue con su compra. Sale del local. Yo sigo a su lado intentando conquistarla. Logro convencerla de tomar un café en la vereda de un bar. Mientras charlamos, me toma la mano. Sin saber como, veo en mi mente, a un hombre viejo, gordo y calvo, con un cuchillo en la mano. Veo imágenes de mujeres degolladas. Jóvenes y hermosas como la que tengo frente a mi. El hombre pasa junto a nosotros. No nos ve. No lleva el cuchillo en la mano. Pero en mi mente, se que el cuchillo lo tiene en la espalda, asegurado en su pantalón. Una chica se acerca en dirección contraria. Veo el futuro, o eso creo. Veo en mi cabeza a esa chica degollada. La miro y veo la marca del cuchillo en su cuello. Se que esa marca todavía no existe. Pero el terror y la impotencia me invaden. Miro a la rubia preocupado. Me mira a los ojos. Su expresión me explica que sabe todo lo que esta pasando en mi cabeza. De alguna forma lo se. Estoy seguro. Ella es un ángel. Esta es una misión. No lo dudo. Ni un segundo. Le pregunto con la mirada si puedo matar al asesino. Con la mirada me responde que si. Dura unos pocos segundos. Le quito el cuchillo. No me nota. Lo degüello. No me nota. Cae al piso. La otra chica tampoco me nota. Miro a la rubia preocupado. Me lo dice todo con la mirada, ahí, sentada, tomando su café, despreocupada, observando, con las piernas cruzadas. En realidad me lo pregunta con la mirada. Le respondo con la mía, aterrada: Si, lo entendí. No es un ángel. Es un demonio. No necesita cambiar de forma para saber que es así. Un ángel no hubiera permitido esto. Estoy condenado. La rubia desaparece. Yo sigo sentado en el lugar frente a ella. El asesino aparece tirado en el piso, degollado, con el cuchillo en su mano. La otra chica grita aterrada. Nadie tiene pruebas contra mí. Ni siquiera yo. No tengo perdón. No tengo condena. No en esta vida.