Teodoro
despierta transpirado y con ojeras, la fiebre no le dejó dormir. Hace su rutina
mañanera como siempre, excepto por el café, la situación ameritaba un fuerte té.
La garganta áspera le dificultó tragar la infusión y tardó más de lo normal.
Salió apresurado para no llegar tarde. Afuera el verano acechaba. Corrió a la
parada del colectivo que quedaba en una esquina. No vio pasar el suyo al llegar
y creyó que estaba atrasado y era su día de suerte. A medias, acertó. El
colectivo si estaba atrasado, pero no era para nada su día de suerte. Lo vio
acercarse y preparó su pase. 2 cuadras atrás el colectivo tomó un desvío de su
recorrido. Teodoro por fin notó el corte de calle 2 cuadras delante. Esperó que
el colectivo retomara el recorrido antes de su parada, pero lo vio pasar por la
paralela a toda velocidad. Corrió a buscar la próxima parada, que le quedaba
bastante lejana. Aguardó media hora por el siguiente colectivo, que vino lleno
y por poco lo esquiva. Viajó apretado cerca de la puerta de ascenso. El colectivo
se apiadó de todos los pasajeros que su colega anterior dejó varados, lo cual
sumó 3 cuartos de hora más al tiempo de viaje desde la casa de Teodoro a su
oficina. Bajó del vehiculo con malabares, 2 paradas antes de la suya. Pensó que
llegaría mas rápido trotando a la oficina que en colectivo a su parada. Tal vez
tuviera razón, tal vez no, eso no retrasaría al reloj. Rezó para que fuera uno
de esos días en que el jefe llegaba tarde. Rezaba que llegará extremadamente
tarde, por lo menos mas que él. Sus plegarias no fueron oídas. Al llegar a la
oficina, fue interceptado por su jefe en los pasillos, quien lo detuvo, le echó
una mirada juzgante de cordones a peinado y le llamó la atención. Teodoro le
explicó la situación, excusándose por la tardanza. El jefe entendió, pero el
retraso no excusaba su imagen desaliñada. Cordones desatados, pantalón y camisa
arrugados, ojeras, despeinado, y sudado y ni siquiera traía corbata. Teodoro se
disculpó y prometió que no volvería a suceder. El jefe lo envió a su oficina,
exigiéndole que necesitaba urgente el expediente que le había dejado recientemente.
Teodoro asintió y obedeció, pensando en la corbata que en el apuro olvidó. Al
llegar a su escritorio, el día empeoró. El expediente allí arriba ocupaba todo
el mueble y seguía en el piso junto a este, con 3 columnas que competían en
altura con él. Teodoro se reía de los exagerados archivos de los oficinistas de
película, ahora no le parecían tan exagerados, y con la dificultad de su
garganta rasposa, se tragó cada una de sus risas. Se sentó urgente a revisar el
monstruoso expediente. Al milenio de hojas notó, que el aire acondicionado no
andaba. Intentó ventilar el ambiente abriendo la ventana, a las 2 páginas
entendió que el aire del exterior era más denso y caliente que el del interior,
y volvió a cerrarla. Con el clima aun más denso, siguió con su tarea. El tiempo
pasaba lento y rápido a la vez. No llegaba a las dos mil páginas cuando su
jefe, con sus tentáculos, le profirió señales eufóricas que acentuaban su enfado. Exigía a Teodoro tener listo el
expediente para cuando volviera de su almuerzo. Con un tentáculo azotó la
puerta, casi amarrándose su cola de dragón con ella. Teodoro se sumergió entre
las páginas, literalmente. Nadaba entre letras, pero el mar de palabras no
refrescaba sus calores, y la marea hacia cada vez más imposible la lectura. Sus
compañeros pasaban a su lado, remando con las agujas del reloj, y cuando
volvían a sus puestos las dejaban en una ubicación cada vez mas tarde. El
tiempo era tirano y azotaba a Teodoro con un látigo. La secretaria del jefe se
acercó hacia él para consultarle si estaba listo el expediente. Teodoro no
entendió palabra del nuevo idioma alienígena que ella balbuceaba, la mujer
centauro salio corriendo, al parecer ofendida, mientras a Teodoro lo arrastraba
un remolino de cláusulas enumeradas. La mujer centauro volvió alada, con el
jefe cornudo y morado a su lado. De sus pliegues, el jefe sacó un aparato de
tortura, que se puso en la cara, al parecer esto lo excitaba, y gritaba de placer.
Momentos después, Teodoro miraba como 2 parcas blancas testeaban, tirando de
sus brazos y piernas, su constante elástica, y cuando concluyeron que no
servía, lo tiraron a un pozo acolchonado. Teodoro miraba como una parca le
decía a la otra, con voz de ambulancia: “wiu wiu, wiu wo” y la otra le
respondía: “wiu wiu, wiu wo”. Las parcas se perdieron tras las puertas del
infierno, y el mundo se volvió un difuso borrón. Las puertas se abrieron tras
varios soles verdes, amarillos y rojos, y Teodoro entró en un cielo de olor
nauseabundo. Una figura blanca, alta y desgarbada, de ojos reflectantes y sin
boca, tocó a Teodoro en el brazo, con su uña de alfiler y él volvió a
oscurecer.
"El Infierno es vivir cada día sin saber la razón de tu existencia." - Sin City
martes, 10 de febrero de 2015
lunes, 2 de febrero de 2015
El mundo se acaba
Y
el mundo se acaba
El
día que los sueños
Se
apagan.
En
el momento en que crees
Que
alguien vale más
Que
vos y tu felicidad.
El
mundo se acaba
Cuando
decidís que ya no hay mas nada.
Cuando
crees que ahí afuera,
No
te espera nada.
Dejas
atrás todo por lo que luchaste,
Porque
tu corazón se rompió.
Ya
sea por una persona,
O
un sueño que no se cumplió.
Te
negas a vivir,
Porque
la vida te traicionó.
Pero
el mundo no se acabó,
Sigue
ahí para vos.
Capaz
ya no sea como lo soñaste,
Capaz
no sea ideal,
Pero
es real.
Tiene
sus fallas,
Pero
sigue ahí sin vos.
Y
sin vos no es lo mismo,
Así
que te espera.
Tomate
tu tiempo,
Respira,
y salí al mundo
Cuando
sientas que te cansaste
De
tanta oscuridad.
De
tirarte en el pozo
Y
no poder llorar.
Es
una decisión difícil,
Pero
cuando la tomes,
Vas
a ver que hay sorpresas,
Esperándote.
Tal
vez la vida
No
vuelva a ser la misma
Pero
va a ser bella
Desde
otro punto.
No
una belleza idealizada,
Una
belleza real.
Como
una flor espinada,
Pero
una flor al fin.
Si
la tomas con cuidado
Podes
sortear las espinas,
Y
sino, el pinchazo es solo eso
Frente
al dolor que superaste.
El
mundo se acaba
Porque
vos lo quisiste,
Y
la vida te espera
Si
vos lo decidís.
Ilustración de Alex E. Olivares
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