El ya viejo gato gris atigrado huye de
los niños que lo corren para golpearlo otra vez. Para divertirse cruelmente
como siempre. El gato tiene largos años y no pierde su costumbre de volver a
ese refugio que le da un poco de cobijo. Aunque cada tarde, los mismos niños lo
vuelvan a perseguir con las mismas crueles intenciones. Pero ese viejo basurero
es el único lugar solitario que conoce. Se alimenta por su propia cuenta de los
restos de basura o las ratas con las que compite. Tiene bebida en las alcantarillas
y nadie lo molesta, más que aquellos chicos. El viejo gato no vivió toda su
vida ahí. Durante sus años de cachorro, una pequeña niña era su sol. Dormían
juntos en la cama, jugaban y corrían. Pero la niña creció y con su familia se
mudo. Y como al pobre gatito no podía llevar, con una vecina lo dejó. La vieja
vecina lo cuidó hasta que una mañana, la señora ya no despertó. Su pelaje ya no
es el mismo debido a su forma de vivir. En algunos descuidos, los crueles
jóvenes, le dejaron algunas marcas. Un ojo medio ciego. Una pata renga. Alguna
cicatriz. Algunos nuevos deshechos también hicieron lo suyo y las ratas, varias
veces, le dieron batalla.
Inés azota el departamento con un
portazo. Cargada de valijas. Otro novio desastroso. “Son todos iguales” se
repite. Siempre lo mismo. Se entretienen con ella y nada más. Se siente una
idiota. No aprende más. Siempre vuelve a caer en lo mismo. Siempre se deja
engañar por los dulces halagos y el romanticismo que dura poco más de un mes.
Después, como siempre, la lastiman. Pero Inés no sabe estar sola. Ni siquiera su departamento la hace sentirse cómoda.
Y, aunque apenas sea por unos meses, consigue un poco de cariño y no esa
horrible soledad que la atormenta por las noches. Inés no siempre vivió así.
Ella tuvo un novio que la trató como una reina. Siempre juntos. Reían y
lloraban el uno al lado del otro. Pero él murió en un accidente y la dejó con
ese amor tan grande sin saber a quien dárselo. Inés intentó seguir con su vida,
su trabajo, sus estudios. Se dio, y dio, oportunidades, y le dejaron marcas. Inés
ya ni se arregla para salir.
El gato salta sorprendido ante los pasos
histéricos de una Inés rabiosa que sale del edificio. Los niños vienen detrás del
animal, con armas improvisadas. Inés ve algo en ese gato herido y agazapado. Se
pone entre él y los pequeños salvajes y descarga toda su ira en ellos. Los
chicos huyen asustados. Inés se agacha a recoger al gato. Este le responde con
un siseo agresivo. Inés esta a punto de abandonarlo, pero ese ojo ciego y el pelaje
reseco le dan pena. Lo toma por detrás del cuello y el animal intenta asestarle
algunos zarpazos. Inés logra meterlo en una cartera casi vacía. Aunque el
felino lucha por su libertad.
Inés abre la puerta de su departamento,
revolea casi todo y cierra. Solo se queda con la cartera bajo el brazo. Se dirige
a la cocina y la apoya sobre la mesa. Cierra puertas, ventanas y todo orificio
por el cual el animal pudiera escapar. Regresa a la heladera, agarra el sachet
de leche, toma un plato hondo de la alacena, lo pone junto a la cartera y
vierte la leche en este. Abre la cartera lentamente, con cuidado. Una pata le
clava las garras con fuerza en el reverso de la mano izquierda. Sigue abriendo
la cartera con la mano derecha y, en cuanto el gato salta en busca de un
escape, lo vuelve a tomar del cuello. Aprovecha que el animal retrae las uñas
que le clavó previamente y lo sujeta con ambas manos. Le acerca el hocico al
plato, el gato echa la cabeza hacia atrás y se retuerce, resistiéndose. Ella le
moja por fin bruscamente la nariz en el líquido y, luego de un rato, el gato ya
no resiste el sabor y comienza a beber, bajando la guardia.
Hace casi una semana que Inés y el viejo
gato se hacen compañía en la cama. El gato sigue siendo viejo y tuerto, pero su
pelaje volvió a ser suave y brilloso. De vez en cuando, Inés se maquilla antes
de ir al trabajo o a la facultad. El timbre suena en medio de la noche. Inés
sigue durmiendo, el gato despierta. Le acerca su cabeza a la de ella e intenta
despertarla con un suave maullido. El timbre vuelve a sonar. Inés despierta preguntándose
quien será a esas horas. Acaricia al gato y se levanta, dirigiéndose al portero
eléctrico. Atiende y su último ex-novio ruega perdón y reza arrepentimiento por
el parlante, pide una oportunidad para conversar. Inés duda. Él pronuncia las
palabras mágicas que ella nunca puede resistir. Le abre, cuelga el aparato y
mira dudosa al gato, que entra a la sala desperezándose y mirándola con cierto
cariño. El timbre suena. Inés vuelve a dudar, pero abre. El hombre se acerca a
ella, le pronuncia las mismas palabras bonitas de la primera vez que la vio, le
ruega el mismo perdón de la última vez, y le reza el mismo arrepentimiento que
todos sus ex-novios. Que se dejó llevar por otro par de piernas. Que fue un
torpe. Que es la última vez. Que la ama. Inés va cediendo al pedido, se deja
enternecer, él se acerca cada vez más íntimamente. El gato reacciona diferente
a ella. Desde su llegada esta vigilante, como a punto de cazar una presa. A
medida que Inés baja la guardia, el gato la aumenta. Cuando el hombre la toma
por los hombros, el gato emite el mayor siseo de su vida, el pelo se le eriza y
su expresión es de una agresividad feroz. Inés despierta del ensueño y mira al
gato. No sabe si esta celoso o la esta defendiendo. No importa. Inés le replica
todos los errores a su ex-novio y lo echa a los gritos. No quiere verlo nunca más.
Inés cierra de un portazo. El gato se frota entre sus piernas. Ella lo toma y
vuelven a su cuarto a dormir.