Valeria
es una genia. Siempre destacó. Desde jardín de infantes sobresalía por delante
de sus compañeritos. La primera en hablar, la primera en caminar. En la
primaria no fue la excepción, nadie podía competir con ella. Terminó adelantándose
un par de años. Lo mismo le pasó en la secundaria. Destaco desde matemáticas a
algebra. Desde literatura a ingles, francés y alemán. En educación física era
buena en handball, volley, básquet, softball y cualquier deporte que
practicaran. Ganó en las olimpiadas de física, matemática, historia,
computación y de cada materia que tuviera una competencia. Siempre a la
bandera. La universidad no fue el gran desafío que ella esperaba. Se recibió
con honores, doctorados, maestrías, posgrados y licencias. La mente favorita de
cada profesor. Nunca hubo un alumno al que recordaran tantos profesores de una
universidad. Una carrera de 10 años hecha en 6, recibida con 18 años y el mejor
promedio en la historia de la universidad, y el país. Las empresas se
disputaban su curriculum. Como era de esperarse, entró en la mejor y con la
mejor paga, casi lo mismo que cobraba el más alto de sus superiores. Pero hoy,
por primera vez, no sabe algo. Y no encuentra respuestas. Lleva días así. Pero
no sabe que hacer en esta situación. Su compañero de laboratorio, ese que le
enseño las instalaciones, ese que almorzó con ella desde el primer día, ese que
la alcanza a casa, el que le presento a cada uno de sus compañeros de trabajo,
la acaba de besar. Un beso rápido, robado, sincero. Él se queda mirándola,
aguardando la respuesta. Una cachetada. Otro beso. Pero por primera vez, ella
no sabe la respuesta. Aprendió tantas cosas. Le enseñaron todo. Pero nunca le
enseñaron a sentir.