Texto Inspirado en una de las performances del JAM del 03/06/2014 en Vintage’s Bar. Foto de Cohoba Fotografía
La gacela despierta
de su sueño en el que deseó ser humana, convertida en tal. Tras la confusión
primaria, se adapta a su nueva forma. Con actitud violenta, amenaza todo a su
alrededor, pues así ve al humano que arrasa con su hogar a su paso. Tanto ha
deseado comprender al ser que no habla el lenguaje de la madre naturaleza que
de su original forma solo conserva sus bellas astas y su pelaje cual ropaje.
Con su naturaleza
cauta, atraviesa el bosque, sigilosa, cuidándose del encuentro con depredadores,
en busca del habitad del hombre. Tal vez allí encuentre respuestas. Tal vez el
hombre este extinguiéndose y necesite recrear su habitad para sobrevivir.
Muchas especies lo hacen. Pero ¿Por qué emite esos ruidos tan inteligibles?
¿Por qué oculta su piel bajo extraños ropajes? Y si se extingue ¿Qué lo causa?
¿Habrá algo peor que el ser humano? A la orilla del bosque, a la orilla de la
carretera, da un último vistazo a su hogar antes de alejarse. Desde allí
arriba, la vista es triste, medio bosque fue arrasado. La imagen de las bases
de los árboles talados le taladran el alma. Aun quedan vestigios del paso del
bípedo animal: Esos monstruos de metal que destruyeron la mitad de su habitad y
los pilares de roca plantados por el hombre. Antes de soltar una lagrima cruza
la valla del camino pavimentado que separa ambos mundos.
Al llegar a la colina
al borde del pueblo mas cercano, se queda observando como la noche lo envuelve
en sus sombras, esperando poder ocultarse entre estas y así investigar sin ser
descubierta. De golpe, las luces artificiales de la ciudad encienden, tomándola
desprevenida y mientras se internaba en la oscuridad que ya no la protege. El
resplandor la ciega momentáneamente y cubre su rostro con sus inexpertas manos.
Una vieja camioneta pasa junto a ella a toda velocidad, sin siquiera notarla.
El viento que deja el vehículo, le vuela los cabellos sobre la cara, que se enreda con los dedos que aun no sabe manejar. El susto la hace tropezar y rueda
colina abajo, asustada.
Al frenar la caída,
se levanta torpemente, avanza unos pasos y la primer visión cercana de la
ciudad es más terrorífica de lo que hubiera podido imaginar jamás: los
integrantes ausentados de su manada
yacen muertos en la parte trasera de la camioneta estacionada que la
derribó. Su vista se aleja de sus parientes y amigos solo cuando ve al
conductor barbudo de sombrero, jeans y camisa cuadrille bajar de la cabina. El
terror en sus ojos aumenta al ver el rifle con el que perdieron la vida sus
compañeros del bosque. La ira brota en su interior y se pone en posición de
ataque, olvidando que ya no es una gacela. Ataca al asesino de sus camaradas
con sus astas directo en el estomago. Al caer por el rebote, recuerda su nueva
forma. El hombre se recompone e, instintivamente, prepara el rifle antes de
reconocer a su agresor. Carga el arma y apunta. Con el ojo en la mira ve a una
mujer salvaje, con astas, tierra y hojas en la cabeza y una grácil belleza, que
lo mira con miedo.
El hombre, atontado
por la belleza de su agresora, se queda atónito mirándola. Aun cuando ella se
levanta no puede dejar de admirar su belleza. La mujer se pone en pie
lentamente, analizando la reacción de su adversario, pero este parece
petrificado. Vuelve a ponerse en posición de ataque, esta vez recordando su
nueva forma y sin olvidar vieja naturaleza. El hombre por fin reacciona y
prepara su dedo en el gatillo. Prefiere no tener que dispararle a una mujer y
menos siendo tan hermosa. La mujer salvaje arremete contra él con toda su
fuerza, aprovechando su nuevo cuerpo y su vieja experiencia. El hombre gatilla.
El cuerpo sin vida de la mujer golpea al hombre que, al caer golpea su cabeza
contra su camioneta y pierde la vida al instante.
Por la mañana
encontrarán el cuerpo del gobernador del pueblo bajo el de una gacela
desangrada.