No soporto a esa gente que cree en
el destino, las estrellas, el horóscopo, las runas y todos esos misticismos en
el que depositan la responsabilidad del rumbo de sus vidas. Soy ateo y me
responsabilizo de mi accionar y consecuencias. No soy de esas personas que “no
creen en las casualidades”, no ahora, ya no mas. Antes la vida era un guión
para mí, tan fácil de leer como un buen libro, si prestabas atención, siempre podías
encontrar el indicio de lo que te estaba por pasar a largo o corto plazo. Es
casualidad que hoy, que me siento melancólico, la única remera manga larga que encontré
a mano fuera gris. Es casualidad que hoy que me siento castrado y domesticado,
el dibujo en mi pecho sea una cerradura. Es casualidad que el clima acompañe mi
estado de animo, después de tantos días soleados en pleno otoño. Y varias
conversaciones me traen a este punto, a recordar el perro rabioso y salvaje que
era y a ver el cachorro domesticado y servicial que ahora soy. Una cadena
simbólica aprieta mi cuello y mis muñecas. Soy un canario en su jaula, triste,
negado a silbar. La hoguera se apagó y el fénix no resurgió. La rutina me
adoctrina, en un circulo vicioso de cansancio en el que, tan casado de esta
vida, no me quedan fuerzas para salir de ella y sigo con lo mismo. Veo a mis ídolos
caídos cada día, pegados en el monitor de esta gris oficina, mirándome y decepcionándose
en mi interior. Levantarse a la mañana cuesta cada día mas, como en las épocas
de primaria y secundaria. Nunca fui ducho para las obligaciones y responsabilidades,
fui un ave libre que volaba sin límite en el cielo y me bajaron de un hondazo.
Hoy me arrastro con las alas heridas por el piso y miro al cielo donde vivía,
con la tristeza de un pez al mar desde su bolsa de plástico. Miraba a todos
desde arriba y hoy los miro desde abajo. Odiaba el protocolo y no había nadie
por encima de mí. Hoy tengo autoridades y no se mandar a nadie a la mierda. No
me enorgullece esta escritura, es autobiográfica y no imaginativa. Que poca
fuerza de voluntad tengo, que un par de golpes a mis sueños me hicieron
levantar la bandera blanca. Lleno el vacío con materialismo y creaciones vagas.
Se que tengo el niño interno herido y se la pasa jugando, solo, sin hacer
nuevos amigos. Y el adolescente que era llora desconsolado, impotente por no
haber podido hacer su rebelión. Colgué la capucha y me calcé el traje. Nunca
supe sacrificar nada a cambio de nada. Y ahora siento que me sacrifiqué a mi
mismo. ¿Hasta que punto lo que necesitamos es mas valioso que nosotros mismos?
¿En que punto nos cansamos de luchar y dejamos todo como esta? ¿Por qué es que
asesinamos a nuestros héroes? ¿Por qué, aunque no lo somos, nos creemos el
villano? Viví demasiado tiempo en la fantasía y la utopia, hasta que ví la
realidad y me sentí impotente. Hasta a veces, pareciera que la historia no nos
pertenece, que somos marionetas. Nos ponen una deuda en la mano, un billete en
el culo y hacemos lo que nos piden. Hoy no soy el dios. Hoy no soy el demonio.
No soy el héroe, ni el villano. Ni siquiera soy yo. Soy alguien que extraña ser
la persona dueña de este nombre y numero de identidad.