"El Infierno es vivir cada día sin saber la razón de tu existencia." - Sin City

martes, 10 de febrero de 2015

El Viaje Onírico De Teodoro - Día 1





Teodoro despierta transpirado y con ojeras, la fiebre no le dejó dormir. Hace su rutina mañanera como siempre, excepto por el café, la situación ameritaba un fuerte té. La garganta áspera le dificultó tragar la infusión y tardó más de lo normal. Salió apresurado para no llegar tarde. Afuera el verano acechaba. Corrió a la parada del colectivo que quedaba en una esquina. No vio pasar el suyo al llegar y creyó que estaba atrasado y era su día de suerte. A medias, acertó. El colectivo si estaba atrasado, pero no era para nada su día de suerte. Lo vio acercarse y preparó su pase. 2 cuadras atrás el colectivo tomó un desvío de su recorrido. Teodoro por fin notó el corte de calle 2 cuadras delante. Esperó que el colectivo retomara el recorrido antes de su parada, pero lo vio pasar por la paralela a toda velocidad. Corrió a buscar la próxima parada, que le quedaba bastante lejana. Aguardó media hora por el siguiente colectivo, que vino lleno y por poco lo esquiva. Viajó apretado cerca de la puerta de ascenso. El colectivo se apiadó de todos los pasajeros que su colega anterior dejó varados, lo cual sumó 3 cuartos de hora más al tiempo de viaje desde la casa de Teodoro a su oficina. Bajó del vehiculo con malabares, 2 paradas antes de la suya. Pensó que llegaría mas rápido trotando a la oficina que en colectivo a su parada. Tal vez tuviera razón, tal vez no, eso no retrasaría al reloj. Rezó para que fuera uno de esos días en que el jefe llegaba tarde. Rezaba que llegará extremadamente tarde, por lo menos mas que él. Sus plegarias no fueron oídas. Al llegar a la oficina, fue interceptado por su jefe en los pasillos, quien lo detuvo, le echó una mirada juzgante de cordones a peinado y le llamó la atención. Teodoro le explicó la situación, excusándose por la tardanza. El jefe entendió, pero el retraso no excusaba su imagen desaliñada. Cordones desatados, pantalón y camisa arrugados, ojeras, despeinado, y sudado y ni siquiera traía corbata. Teodoro se disculpó y prometió que no volvería a suceder. El jefe lo envió a su oficina, exigiéndole que necesitaba urgente el expediente que le había dejado recientemente. Teodoro asintió y obedeció, pensando en la corbata que en el apuro olvidó. Al llegar a su escritorio, el día empeoró. El expediente allí arriba ocupaba todo el mueble y seguía en el piso junto a este, con 3 columnas que competían en altura con él. Teodoro se reía de los exagerados archivos de los oficinistas de película, ahora no le parecían tan exagerados, y con la dificultad de su garganta rasposa, se tragó cada una de sus risas. Se sentó urgente a revisar el monstruoso expediente. Al milenio de hojas notó, que el aire acondicionado no andaba. Intentó ventilar el ambiente abriendo la ventana, a las 2 páginas entendió que el aire del exterior era más denso y caliente que el del interior, y volvió a cerrarla. Con el clima aun más denso, siguió con su tarea. El tiempo pasaba lento y rápido a la vez. No llegaba a las dos mil páginas cuando su jefe, con sus tentáculos, le profirió señales eufóricas que acentuaban su  enfado. Exigía a Teodoro tener listo el expediente para cuando volviera de su almuerzo. Con un tentáculo azotó la puerta, casi amarrándose su cola de dragón con ella. Teodoro se sumergió entre las páginas, literalmente. Nadaba entre letras, pero el mar de palabras no refrescaba sus calores, y la marea hacia cada vez más imposible la lectura. Sus compañeros pasaban a su lado, remando con las agujas del reloj, y cuando volvían a sus puestos las dejaban en una ubicación cada vez mas tarde. El tiempo era tirano y azotaba a Teodoro con un látigo. La secretaria del jefe se acercó hacia él para consultarle si estaba listo el expediente. Teodoro no entendió palabra del nuevo idioma alienígena que ella balbuceaba, la mujer centauro salio corriendo, al parecer ofendida, mientras a Teodoro lo arrastraba un remolino de cláusulas enumeradas. La mujer centauro volvió alada, con el jefe cornudo y morado a su lado. De sus pliegues, el jefe sacó un aparato de tortura, que se puso en la cara, al parecer esto lo excitaba, y gritaba de placer. Momentos después, Teodoro miraba como 2 parcas blancas testeaban, tirando de sus brazos y piernas, su constante elástica, y cuando concluyeron que no servía, lo tiraron a un pozo acolchonado. Teodoro miraba como una parca le decía a la otra, con voz de ambulancia: “wiu wiu, wiu wo” y la otra le respondía: “wiu wiu, wiu wo”. Las parcas se perdieron tras las puertas del infierno, y el mundo se volvió un difuso borrón. Las puertas se abrieron tras varios soles verdes, amarillos y rojos, y Teodoro entró en un cielo de olor nauseabundo. Una figura blanca, alta y desgarbada, de ojos reflectantes y sin boca, tocó a Teodoro en el brazo, con su uña de alfiler y él volvió a oscurecer.

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